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Paco
Brines
Junto al tiempo lento hay otro breve,
el que anida en la frente de los hombres,
el que lleva y descansa las olas en la orilla
y hace habitar la luz en los vuelos del aire.
El tiempo que no ve, ni oye, ni sabe,
y desde siempre rueda regresando a un principio.
Los naranjos arden fuera de luz,
y el mar de velas blancas,
suben encendidos los pinos por el monte...
Alguien llega del bosque
con su cesta luminosa de grillos,
sus callados fuegos de hierba seca.
Él conoce quién es, toca la sombra del gigante,
le sonríe. Y enciende las ventanas,
deja la puerta abierta, le saluda
con dulce voz
y espera a que se aleje.
Yo reposo en la luz, la recojo en mis manos,
la llevo a mis cabellos,
porque es ella la vida,
más suave que la muerte, es indecisa,
y me roza en los ojos,
como si acaso yo tuviera su existencia.
No repite los hechos como fueron,
de otro modo los piensa, más felices,
y el paisaje se puebla de una historia
casi nueva.
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